Sin duda alguna uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi abuela Eva, es ese que sucedía no tan a menudo como yo hubiera querido, el despertar; después der que mi madre nos dejara en su casa para que más tarde nos mandara a la escuela, y ella pudiese irse a trabajar, con el olor de esas gorditas de azúcar que ella preparaba con gran habilidad, y es que sin duda no he probado algunas más sabrosas que las de ella. Era la mejor manera de levantarse, muchas veces antes de un grito porque ni siquiera el abundante aroma de la harina dulce cociéndose nos levantaba, pero estoy seguro que era ese olor el que me invitaba a abrir los ojos para rápidamente sentarme a la mesa y comer algunas de esas delicias, mis favoritas eran con mantequilla y estaban tan calientitas que ésta se derretía y se absorbía en la delgada masa que adquiría una sensación húmeda que provocaba una explosión de sabor en la boca, claro que no faltaba que las pudiésemos comer con frijolitos machacados, que si alguien no las ha probado así; no saben de lo que se pierden.
Hoy escribo esta pequeña anécdota unas horas después de que mi abuela dejara este mundo, después de muchos años de andar en el, de disfrutarlo, de ser feliz, de tener un carácter fuerte, de ser madre, abuela, esposa, hermana, tía, de ser una mujer que dejó huella en mi y en muchos más, de ser alguien que no tuvo miedo y que hasta donde yo recuerdo nunca ser quedó callada y no temía hechar una que otra palabrota. Hoy se fué mi segunda madre, la que nos hacía esos pasteles de cumpleaños, la que nos lanzaba la chancla y nos corregía, la que nos dijo tantas veces hüercos cabrones (aunque en ultimos años lo negó todo) la que recordó casi hasta el final que nos cuidó y que éramos de esa casa.
Gracias Eva, por, a pesar de que tu mente se fue borrando, siempre recordarnos que esto no se acaba hasta que se acaba. Te amo con toda mi alma y dejas una gran marca en mi corazón. Nunca un vacío, siempre un recuerdo.
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